“Una imagen vale más que mil palabras”
Esta frase toma cada vez más sentido en un mundo globalizado y de saturación publicitaria, que hace cada vez más difícil hacerse un hueco en la mente del consumidor.Más allá de las primeras campañas donde una mera descripción y enumeración de las ventajas del producto era suficiente, ahora hay que apelar a la parte más emotiva del receptor. Para lograr esto, la publicidad necesita servirse de imágenes, convirtiéndose así la fotografía en un servicio fundamental para el ámbito publicitario.
Pero para que esta contribución sea realmente efectiva hay que ir más allá de la “fotografía” para trabajar con una “buena fotografía”. Una imagen vacía, sin contenido, referencial , ya no será suficiente, deberá estar cargada de elementos simbólicos, creativos, valer más por lo que no dice que por lo que muestra.
Para lograr esto, la fotografía dispone de cada vez más recursos y avances tecnológicos e informáticos, que utilizados correctamente, darán lugar a campañas con un alto grado de eficacia. Pero dichos avances no deben llevarnos a pensar erróneamente que cualquiera puede convertirse en creador de imágenes, y que la fotografía como tal ha muerto. Para que una imagen sea realmente buena debe salir de manos de un profesional, ya que para que destaque y proporcione un valor añadido al producto, la fotografía deberá seguir un complejo proceso “artesanal” en el que deben combinarse profundos conocimientos fotográficos , habilidades pictóricas y mucha meticulosidad y paciencia, así como una formación de alto nivel en lo que a programas informáticos de diseño se refiere.En un mundo eminentemente visual en el que nos encontramos, la publicidad y la fotografía siguen caminos paralelos, encontrándonos en continua (r)evolución.
Ángela Álvarez Sánchez
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